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Natalia estaba cumpliendo años y quería celebrar su vuelta al sol en la playa, preciso el dinero escaseaba y no disponíamos de días suficientes como para rodar hasta las grandiosas costas colombianas; después de tanto pensarlo llegué a la conclusión de ir a una playa blanca como la nieve, fría como los glaciares y pura como el alma de los viajeros: a la Laguna de Tota, que se encuentra aproximadamente a 250 Kilómetros de Bogotá, en el verde departamento de Boyacá.

Ustedes pensarán que Natalia al enterarse dijo: “que chichipato”, pero no, la alegría que ella irradiaba al saber que visitaría este inmenso lugar me llenó de una enorme gratitud con la vida por saber que en el mundo hay personas con una humildad y corazón tan grande.

La hora elegida para salir fue a las 4 de la mañana, queríamos evitar el trancón que se forma saliendo de Bogotá por la Autopista Norte, y así llegar lo más temprano posible para disfrutar de los paisajes, tomar fotos y disfrutar kilómetro a kilómetro del recorrido. Todo iba de maravilla, nuestra querida Bogotá nos despedía con su característico frio, y las luces de los postes reflejaban cada una de sus calles con nuestra sombra viajera, hasta que pasando el Parque de Sopó y al tratar de sobrepasar una tractomula, la moto bailaba a un ritmo peligroso y como íbamos a más de 90 Kilómetros por hora, la turbulencia por poco nos hace caer al suelo; por suerte pude controlar la moto, descendimos y al verificar qué pasaba con nuestra integrante nos dimos cuenta que estábamos pinchados, no había más opción que empujarla hasta encontrar un montallantas y así continuar nuestro viaje, pero después de caminar más de 3 Kilómetros no conseguíamos uno. Llegamos a Briceño (Cundinamarca) a las 7 de la mañana, casi 3 horas desde que salimos de nuestra casa, y un señor al vernos nos informa que el montallantas abre hasta las 8 de la mañana, por lo que nos atrasamos un poco en nuestro itinerario.

Después de desayunar y tomar algo caliente para apaciguar el frio, el encargado del montallantas nos informa que él no baja la llanta, que me tocaba a mí bajarla y yo sin ningún conocimiento sobre eso; después de tanto rogarle nos colaboro con bajar la llanta según él: “por no dejarlos botados chino, eso sí, le toca pagar $15.000”, como no quedaba otra opción, tuvimos que acceder, y aprovechamos para aprender a bajar la llanta, porque como dicen “a la cama no te irás sin saber una cosa más”. Y una vez solucionado el percance retomamos nuestro viaje.

Los paisajes del altiplano cundiboyacense y sus excelentes vías una vez más nos cautivaban: Tocancipá, Gachancipá, el Embalse del Sisga, Chocontá, Villapinzón, Ventaquemada, Tunja, Paipa, Duitama, Sogamoso, Iza y Cuitiva quedaron atrás y nuestro destino cada vez más cerca; pero un tramo entre Tota y Playa Blanca nos dejó sorprendidos, una paisaje tan hermoso, escondido entre las montañas y la gran cantidad de cultivos de papa y cebolla, una experiencia que ni el mismo George R. R. Martin (creador de Juego de Tronos) podía plasmar un sus libros, los colores daban paso a la imaginación,  cosas como ésta nos enamoran aún más de nuestro país.

Luego de dejar sin batería las cámaras por la cantidad de fotos y recuerdos que un día conocerán nuestros familiares, hijos y nietos, llegamos a la inmensa Laguna de Tota, un mar entre las montañas, el reflejo del sol sobre sus aguas cristalinas toco lo más profundo de nuestras almas, la belleza de esta parte de Colombia lo vale todo, de nosotros depende el poder disfrutar por muchos años más de lugares tan vulnerables y magníficos, como lo es este lugar.

Playa, brisa y de fondo ruanas, el mejor regalo que nos podía brindar la vida y la Laguna de Tota.

A pesar del implacable frio, propio de este sitio y después de tanto pensarlo, decidí meterme a la Laguna, la fría arena que cubría mis pies erizó inmediatamente toda mi piel, y junto a ella el contacto con las suaves olas, en combinación con el viento helado, obliga al uso obligatorio de la ruana por más que el sol brille, definitivamente el agua fría es para las plantas.

Al finalizar la tarde armamos nuestra carpa, junto a otras más presentes en la zona de camping y disfrutamos de la tranquilidad que brinda este destino, fue un día muy exigente, colorido y lleno de nuevas anécdotas.

Y de regreso de esta grandiosa maravilla natural tomamos el camino que conduce de Aquitania a Sogamoso para lograr llegar al mejor mirador de la Laguna de Tota, es una vista increíble y además por todo el recorrido desde distintas ópticas es posible apreciar este mar entre montañas.

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