Como ya llevábamos un buen tiempo sin rodar, el cansancio estaba a flor de piel y más aún por el clima que impera en esta zona del territorio colombiano: el calor agotaba más rápido nuestras fuerzas. Nuestra idea inicial era parar hasta donde nos sorprendiera el atardecer, ya éramos dueños de nuestro tiempo y contábamos con los días suficientes para salir del país, pero unos familiares de Camilo nos estaban esperando con los brazos abiertos y con una cena suculenta en Cali, así que nuestro propósito ese día era llegar como fuera a la capital vallecaucana.

Ese primer día de viaje faltamos al principio fundamental de no conducir de noche, íbamos guiados por la ubicación que nos enviaron para llegar sin problemas, el GPS nos estaba direccionando por la ruta más rápida, todo estaba oscuro y no hacíamos más que hacerle caso. Eran alrededor de las 9:30 de la noche y por un momento cerré los ojos, pero nunca hubiera querido abrirlos de esta manera: escuché el pitido constante de Changüa y lo primero que veo es a un hombre de raza negra apuntándome con un puñal, nosotros seguíamos en movimiento, Camilo pitaba sin cesar, aceleró y logró esquivarlo. Después de este suceso no pude contener las lágrimas, entré en un llanto incontrolable, el susto logró que dejáramos a un lado el agotamiento físico, mientras Camilo seguía conduciendo no hacíamos más que hablar de esa horrible experiencia y él, que vio todo lo sucedido de principio a fin, llenó los vacíos que le hacían falta a mi versión de la historia. Para saber la historia completa lee el siguiente pie de foto: